Antes de empezar a leer -si es que lo hacen- les pediría por favor, que lean el relato con esta canción tan hermosa como lo es "el día que me que quieras" de Carlos Gardel, en esta versión instrumental. https://www.youtube.com/watch?v=G1uQUL6SdOQ . Gracias.


Recomendación:  Léalo con calma y al ritmo de la música.
El DÍA en que ella me quiera. 


Espero mis medicinas en el hospital, mi hijo amablemente fue a recogerlas por mí, yo solo lo espero sentado en una banca del salón, hoy vino mucha gente. Miro a todos pasar, un poco jorobados y con el cabello blanco o teñido, a los que conozco me he dado cuenta que ahora son un poco más cortos de altura, y con un efecto de cámara lenta en sus pasos. El pleno reflejo de alguien como yo.

De pronto, un pequeño ser merodea entre cabezas blancas. Reconozco ese rostro y esa mirada. Me pongo los lentes para poder observar mejor, y saber si lo que estaba viendo no era un engaño de mí borrosa vista.

Mi corazón late casi tan fuerte como cuando camino más de dos cuadras, me tiemblan las manos, y mis cejas se inclinan hacia afuera. Ahora mi quijada empieza a bailar junto a mis rodillas.

La veo después de tantos años. Sus cachetes se desinflaron, y tiene una arruga por cada año que no nos vemos. Pero nada de eso importa, algunos sentimientos tienen la capacidad de detener su propia vida, esperando para resurgir en cualquier momento, sobre todo aquellos que nunca fueron explorados.

Se sienta a unas cuantas bancas de distancia mía. La acompaña una niña preciosa, que le dice abuela. Esto solo hace que logre embobarme más en la belleza de mi vieja amiga.

Un viejo de 76 años, que se siente como cuando tenía 23, los mismos nervios, la misma sensación de no saber cómo actuar. Qué vergüenza siento de mí mismo, pero me autocompadezco. Mis sentimientos aprendieron mucho después de ella, pero no supieron cómo afrontarse a su presencia.

Vuelvo a voltear, con la emoción agridulce que crucemos miradas. Ella mira el reloj de la sala, y su curiosa acompañante me mira a mí. No puedo evitar sonreírle. De pronto aquel gorrión, cuestiona a su abuela por la mirada perdida de un viejo. Mierda, espera, ese viejo soy yo.

Intento voltear la mirada, pero ya es demasiado tarde. Tengo su mirada en mí. Se pone los anteojos, para poder divisar a aquel hombre que le asentaba la cabeza en forma de saludo.

Me reconoce, y se levanta para saludarme. Yo me levanto como resorte del asiento. Intento guardar la calma, pero ella me abraza con la fuerza de un alicate.

Se sienta a mi lado, conversamos, me cuenta de su vida y yo de la mía. Mi seriedad por fin desaparece, esa seriedad que destruyo cualquier intento de conversación hace muchos años. Las sonrisas cómplices volvían, y los chistes malos daban risa.

De pronto, mi hijo vuelve con las medicinas en la mano. Le presento a mi querida amiga. Llego el momento de despedirme. Mis ojos gastados por los años brillan, y los de ella se mantienen igual de lindos que siempre. Nos despedimos.

Me alejo mientras volteo para ver por última vez aquellas siluetas de la mano. Sonrío, y le agradezco a la vida el poder volver verla de nuevo. Jamás pensé salir con más vida de un hospital. Siempre ella será ese día que nunca llegara, pero que tengo marcado en el candelario. El día en que ella me quiera.